domingo, 20 de marzo de 2016

Transeúntes. Luis Aller. 2015.



Decía el propio director en la presentación de la película en la sala Artistic Metropol que su idea era intentar llegar al corazón del caos, volver al lugar donde el cambio ha efectuado su silenciosa labor, una tarea fragmentada como la poética de un film que no deja indiferente ya que en esa búsqueda de orden va a resaltar la ristra de sentimientos que hacen del caos un corazón para cuidar y amar, un órgano que algunos no saben apreciar y acaban metastasizados en el interior de alguno de los sentimientos que van a recoger su propia identidad, y otros acaban por abandonar en favor de esos órdenes menos problemáticos para otras formas de identificación. Así, la caótica ciudad nos ofrece múltiples visiones de las que el director rescata esos transeúntes, a veces ciudadanos, a veces amantes, otras maleantes, quizás simplemente personas que intentan al igual transitar la ciudad en unos tiempos donde atravesarla nos pone ante la nueva condición urbana donde entran vocablos como gentrificación para advertir de su idiosincrasia.

Una condición ésta muy diferente a aquella de Malraux que aparece fugazmente en el film, una condición que diferencia a los hombres en sí, que los convierte, en su azaroso devenir, en entes diferenciados, sumergidos en la vorágine urbanística, sometidos al cambio que fuerza la salida del común y la entrada a un individualismo que añora el orden que no encuentra ahora en la ciudad, en aquel ente que narrara Marco en palabras de Calvino dándole ese calificativo de invisibilidad que parece merecer el caos. Pero como muestra Aller, incluso dentro del caos podemos encontrar esa belleza que creemos encontrar en el orden, esa razón que aun siendo sentimental nos ponga en el camino de nuestra humanidad perdida, de nuestra condición precaria, grandiosa, capaz del altruismo mayor como de la peor infamia, nuestro sino caótico y bello.

De ahí la acertada poética fragmentada, tanto en tiempo como en forma, que disocia nuestro aparente sueño de continuidad del juicio que nos formamos dotando al discurso fílmico del placer del entendimiento visual, estético, que si bien dentro de la subjetividad que lo soporta no puede equipararse con el aserto racional, puede crear ese otro polo comunicativo que tocando en lo afectivo y sin denostar la evidencia del sueño demostrativo, motive una praxis que acoja en su seno los restos del caos, aquellos elementos invisibilizados en la rueda de una sociedad llena de paradojas, repleta de individuos que no llegan ni al nivel de transeúntes, cuya única opción es seguir transitando, seguir en la frontera, nunca ser ciudadano, ser persona. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario