domingo, 6 de marzo de 2016

Al azar de Baltasar (Au hasard Balthazar). Robert Bresson. 1966.



Resaltaba Godard su admiración por el film de Bresson exclamando en resumidas cuentas que esta película era "el mundo en hora y media" y aunque podemos tachar de pretenciosa tal afirmación ya que nada agota la anchura del mundo en su arco temporal, bien podemos acercarnos a tal afirmación adueñándonos de ella para cualquier otro film, pues todos ellos en mayor o menor medida abarcan un mundo que el espectador rellena con su experiencia y vitalidad. Con la misma, vitalidad, con la que me acerqué al templo madrileño (Doré) a ser testigo de tan grata obra de arte, cuyo visionado no me dejó tan fascinado como al maestro francés, pues a pesar del gran constructo que ofrece Bresson lejos de todo artificio y dentro del más puro conceptualismo o minimalismo, su relato me parecía lejano, arcaico, a pesar del inveterado principio que emana de la concepción genuínamente artística del cinematógrafo que propone el también director galo.

Lejano, a pesar de ver a Natalia de Molina en cada plano de la actriz Anne Wiazemsky , no profesional como deseaba el director, pues la trama implicaba ese juego también vetusto que implica la dialéctica entre lo nuevo y lo viejo, entre la sobriedad y lo lúdico, entre la ley y el castigo. Unas tramas que si bien nos hacen ver el mundo, no muestran los conflictos de los que surge ese mundo, no desarrollan en profundidad los avatares que rigen ese azar donde algunos montan al burro, donde otros son puestos en lugar del burro y donde la escasa sabiduría es fermentada en un presente que es como es, sin más, patriarcal y orgulloso, obstinado y mandarín. Un mundo falto de cualquier aspiración, un mundo arcaico donde el estoicismo acoge la nobleza necesaria para soportar el devenir trágico de un mundo irresponsable en sí mismo.

Y a pesar de toda lejanía no cabe calificar a esta obra como la auténtica obra de arte que es, una obra que nos muestra hoy la dureza del ser humano en el estado patriarcal en el que se ve envuelto, donde la violencia es el refugio de la mediocridad y donde el individualismo es el disfraz del miedo por los otros, el lugar donde el triunfo es brillar sobre otro o el sitio común del rebaño que no se adentra en el bosque. Las peripecias del burro Baltasar vienen a configurar los dramas humanos que si bien podemos soportar, no debiéramos ni de plantear, pero hete aquí que aún hoy necesitamos observar con otros ojos para no herir la sensibilidad de personas demasiado presas del azar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario