miércoles, 7 de diciembre de 2016

Adiós muchachos (Au revoir les enfants). Louis Malle. 1987.



La edad de la inocencia es muy diferente dependiendo de los casos, de las circunstancias, de las familias, de las clases, culturas. Aquí vamos a ver como Julien un niño mimado y acomodado se acerca a una realidad que va más allá de las bromas colegiales o los mimos de una madre. Una realidad condicionada por el conflicto bélico y una ocupación que en cierto modo reúne las distintas subjetividades para enfrentar como gusta a nuestro pensamiento en categorías dicotómicas. Los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los judíos y los católicos, la religión y el ateísmo. todos ellos tratados con el desdén y la burla infantil, con la sobriedad del claustro, con el barniz de un realismo que lleva a la derrota del inválido, del ladronzuelo de ricos que resentido denuncia su destino en la ambivalencia de unos tiempos donde la sinrazón gana terreno.

Malle nos presenta una infancia acomodada pero de inquietudes, una infancia tan maliciosa como juguetona en su deber pero capaz de esa disciplina que impone el ocupado y que no es nada nueva como propiamente vemos en una iglesia donde hay personas, no sólo sacerdotes guiados como el mismo rebaño que dicen acompañar. Y son esas personas las que abren la cáscara de la edad para madurar y comprender, que no para dejar de jugar pues esas son otras las encargadas, y son junto a la conjunción con otros estratos sociales quiénes detentan en nosotros la gravedad que puede hacernos ver o no ver si nos apegamos demasiado a una realidad.

Llevarse una impresión no indica que no podamos ejercer el derecho al buen pensar al que invita toda gran película, por ello reflexionar críticamente sobre todo este pequeño conjunto representado puede ser un buen ejercicio para intentar lidiar con esa libertad sin tener que disciplinarnos en ello. Reflexionen pues.

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