Si le hubieran preguntado a la persona que plantó el olivo hace dos mil años cómo sería el mundo hoy no creo que hubiese podido responder tan acertadamente como ilustra el cine de Iciar. El tiempo puede hacer estragos todo lo que a él se vincula y nuestro mundo entero ha de pasar ante su implacable rueda. Sin embargo los humanos obsesionados desde siempre con la perdurabilidad hemos ido acrecentando nuestro deseo y relativamente accedemos a la inmortalidad de la historia, del mito, del relato. Todo tiempo tiene sus cadenas respecto a cómo guardar los trozos de tiempo, de cómo mantener el fuego de la sucesión, el hilo familiar que aúpa al individuo deshonesto que todos llevamos dentro por imaginar y autoengañarnos. Quizá veinticuatro fotogramas no den más que para un dulce segundo, quizá amargo, pero la directora madrileña en la poco más de hora y media que dura la cinta nos cuenta muchas más cosas que la loca peripecia por recuperar un árbol.
Tampoco nosotros somos capaces de dar una gran respuesta al cómo de dentro de dos mil años, primo debemos aprender a mirar con la ayuda de otros, por eso acierta Bollaín relatando una familia y un país, una cultura cobijada en tantas otras que no cesa de articular nuevos modos de hacer desde viejos paradigmas. Sólo hace falta dar el salto hacia delante sea cual fuere ese adelante, saber conservar dejando marchar, aprendiendo en la soledad de la compañía. Un sentimiento y una mentira, el propio engaño que nos autoinfringimos por ser quienes creemos ser, malentendidos formulados desde nuestra propia incomprensión. Avanzar, quizá el tiempo lo haga, progresar no es más que un concepto traspasado desde el ámbito científico, el futuro del ser depende de un nosotros.
La película descansa en ese formato de road movie donde los personajes van a iniciar el cambio que necesitan y en ese pequeño movimiento comprobaremos, de modo quizá demasiado explícito, todo un relato familiar donde los silencios pudieron más que los sentimientos acallados por ellos. Trazaremos un viaje, no por la Europa soñada y grande por nuestros mayores aprisionados por la dictadura, sino por la fluida zona donde las personas son tan libres que cortan los escaso vínculos realmente importantes. De la corrupción al duro trabajo hay muchas ligazones pero aunque no se concrete mucho la primordial, el fruto del trabajo tampoco nos hizo libres. Para acabar con la falsa libertad no es necesario una vuelta atrás sino saber acertar cuando queramos atrapar un tiempo convulso por el que nos inmolamos para malgastarlo sin poder decir aquello que deseamos de otros y nosotros.
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