martes, 24 de enero de 2017

La llegada (The Arrival). 2016.




Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, 
porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.



La pertinente lectura de la historia original de Chang desvela un universo que tiene que ver más con el tema principal, que tiene que ser explicitado en el film mediante una teoría antropológica, sin por ello estar por encima de un relato audiovisual que conoce del truco melodramático para configurar una historia visual que también tiene que ver más, pero con uno de los grandes puntos del tema principal. Siempre desde la suposición de la existencia de ese tema principal, de ese principio vertebrador de un film o una historia que oscila siempre desde nuestros parámetros cronológicos y logra como la luz refractarse y reflexionarse para llegar al punto deseado, previamente destinado desde el propio libre albedrío, ya que hacer historias implica a un sujeto, con todo lo que ello conlleva.

Los cambios entre la lectura y el visionado del film ahondan en la propia temática narrada y es un buen ejercicio leer, o volver a hacerlo, la pequeña historia para poder observar cómo el lenguaje a pesar del condicionamiento que proporciona a nuestras mentes y actos no es suficiente para poder dar esa última explicación que requiere el vasto universo del que polvo creemos ser. Ni la ciencia tan anclada en nuestro ser, ni la gnoseología más cercana a sus postulados pueden proveer del sentido claro que tampoco otorgan las filosofías del lenguaje, y sin embargo, todas ellas son herramientas para intentar que ese sentido vaya aclarándose cada vez un poco más dentro del sentido temporal que nos fija. María Zambrano logra ver en los claros de su bosque esa parcela de espiritualidad donde el sentido puede precariamente ser desvelado, quizá sólo en pequeñas dosis que tampoco dan el alivio total que busca el hombre en su preguntar. Cabe preguntarse qué ramas son las que tapan la luz, qué vientos las mueven para no dejar pasar esa luz que inunda un universo del que apenas conocemos lo que nuestro cuerpo nos deja, aquello para lo que nuestro cuerpo reacciona. O ir más acá y preguntarnos desde nuestro propio conocimiento qué desea o necesita nuestro ser, y ahí andamos, debatiéndonos entre la irremediabilidad de un destino al que nos tiene abocados el universo o la libertad que supone tener una autoconciencia, si bien limitada. Y es que todo puede quedar anclado en el eco de una sonrisa, o devenir en algún otro multiverso hacia la realización, la confirmación de una sospecha, conocer un acontecer sin la resignación, o con ella, pero siempre con la sonrisa. 

En cuanto al film propiamente dicho, decir que sabe aprovechar la parcela que mejor se le ha dado a este arte dotando a la historia de ese tono dramático por el que se le da un mayor peso al regalo que recibe la doctora Banks y menos a toda esa diferencia que distingue dos mundos distintos y que, sin embargo, pueden acercarse al ubicarse todos en el mismo tiempo, de diferente medida y transición. Tema principal donde nuestra propia cartografía, nuestro propio cuerpo sensible es límite incluso para la comprensión necesaria, como para tratar de proyectar comercialmente toda una diferencia a un público que observa, generalmente, diferente al propio ser humano. Quizá el verdadero regalo lo tengamos frente a nuestros ojos y no sepamos vislumbrarlo.






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