Todo es posible y nada dura para siempre, con estas dos sencillas y tautológicas premisas construye Fincher una obra bastante emotiva y brillante ahondando en el tema de la biografía, en la narración de la vida a la que aspira toda persona. Aquí le da la vuelta a la tortilla de la vida descubriendo el maravilloso viaje que atravesamos de modo inverso, de manera que se desatan viejas ligaduras que impiden ver la vida con la objetividad subjetiva necesaria. Así mediante este trayecto inverso del protagonista se nos muestra la carga que supone la subjetividad, el peso que carga la conciencia llena de fijaciones culturales que no permiten ese ajustamiento definitivo a la realidad para dotar a ésta de un auténtico sentido.
Con un gran guión de Eric Roth basado en un clásico de Fitzgerald la película se desliza muy bien a través de toda una vida, destacando los típicos momentos pero con esa nueva mirada que ofrece la inversión vital del protagonista. Con una gran ambientación, un maquillaje excepcional y unas muy bien rodadas escenas en las que la perspectiva modifica estaturas, junto con una buena banda sonora hacen de esta película algo más, el biopic inverso para mi funcionó.
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