Mucha gente piensa y cree que ya está bien de películas sobre la Guerra Civil, que la saturación es abundante y que no se hace otro tipo de cine en nuestro país, que siempre se trata con piedad a los republicanos, a los comunistas y allegados, mientras que el bando nacional sale demacrado. Y puede que tengan algo de razón, pero la verdadera razón de tanta sobresaturación, de tanta vuelta y revuelta, de tanto recuerdo se palpa en la historia, en unos hechos que hablan por si solos, le pese a quien le pese y por mucho que revuelva su conciencia o su pasado, pues la cruda realidad, ya no de la guerra, que en el film ya ha pasado (por si alguno aún no se dio cuenta) sino de la vida española en dictadura, sí en una terrible dictadura, para los pocos que quedaron y que pensaban de forma diferente fue el verdadero martirio, la anulación y el sufrimiento. Un dolor nunca reparado, traicionado por una transición que dejó las cunetas y los agujeros en las vallas en una indeterminación que, sin embargo, no alcanzó a muchos culpables de tanta miseria moral.
Zambrano, basándose en la grandísima novela de Dulce Chacón, logra mostrar y sacar a relucir el dolor de una posguerra dominada desde un autoritarismo extremo que dejó a un país en el silencio que reclamaba una religión católica tan cegada en un tradicionalismo mal entendido y dañino. Logra dar voz a esas mujeres siempre sufrientes, a esas madres de una España trágica que desgarrada en su propia sangre nunca ha sabido recordar. Por eso el aparente maniqueismo no es sino síntoma de la realidad rescatada del silencio profundo al que se la ha querido someter desde el fin de la fraternal contienda. Que hay malos, muy malos ¿qué puedes esperar de la maldad, de la soberbia y la sinrazón?
El film es una propuesta actoral muy grande, no hacen falta grandes escenarios, grandes ambientaciones, pues el trabajo de tanta gran actriz se sobra y basta. Inma Cuesta, Ana Wagener, Lola Casamayor entre otras, y sobre todo María León (vaya descubrimiento, que grandeza) otorgan el aire necesario que transporta el dolor, el sufrimiento de todo un país ante el crimen fascista que durante cuarenta años (sino más) acaudilló cualquier atisbo de esperanza. Con ellas empatizas a través de las rendijas, a ambos lados, dentro de esa cárcel, de ese inhumano confinamiento, y desde el otro, desde una calle invadida por el miedo, por la miseria disfrazad que trajerón unos golpistas de cuyo nombre no quiero acordarme.
La memoria histórica recibe aquí el impulso que los que tienen el poder de indagarla y aplicarla nunca se han atrevido a reparar. Gracias Chacón, Zambrano, por hacerme llorar irremediablemente y amargamente al recordar algo que no he sufrido pero que es parte de mi Historia.
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