Cine negro en estado puro, con todos los elementos que pueblan ese imaginario cinematográfico donde el mal se alía con el espectador para dejar ciertas huellas que alimentan un género a veces tan social como el melodrama más triste. Aquí el flashback que recorre el film alimenta una historia de amor que la dama, vestida con los ropajes de femme fatale, va a destruir del mismo modo que el propio plan delictivo propiciaba un mal plan de vida.
El amor es como un droga y su recaída pasa por volver a los mismos hábitos, a los mismos lugares que condicionan nuestros cuerpos, nuestras actitudes, por eso nuestro antihéroe no va a poder resistir a la tentación de una mujer a la que conoce tan bien como para perder la cabeza de nuevo. El amor y el sentimiento como error, como camino equivocado si no se lleva el mapa, por otra parte inaccesible, que guíe las buenas pisadas en un terreno donde la mujer generalmente representa las curvas peligrosas de una carretera que hay que transitar y cuya amenaza no reside tanto en la otra parte como en otras malinterpretaciones, prejuicios y hechos.
Pero la intoxicación está en esos otros hechos que también por habituales parecen naturales y lícitos pero que esconden otra manera de fatalidad menos palpable que la traición y el egoísmo que personifica la mujer en el género. Una intoxicación cuya recaída aún debe ser prescrita.
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