En la eternidad del instante reside la misma paradoja que mueve ese sentimiento tan efímero e infinitamente añorado como es el objeto del amor, el de saber amar y ser amado, ambos saberes menos ortodoxos que las disciplinas técnicas que abruman el día a día ocultando la fuerza de toda cicatriz en el vaivén al que nos somete la rueda sentimental, la vía social y hasta la ciencia, hormonal, tan abnegada como caótica. Dentro de la paradoja ésta misma no parece tanto, pero la distancia que ofrece la narrativa de estos directores vascos, ofrece vistas que como haces de luz en el frondoso bosque permiten acercarnos a tres vidas diferentes en torno a unas flores, añoradas, deseadas, olvidadas, a unas vidas diseccionadas con el bisturí de un personaje del que tres planos y una frase bastan para abrir unas heridas que el tiempo cauteriza emanando otras en el mismo instante infinito de la memoria, del lugar donde los muertos viven para recordar otra terrible paradoja.
Como aquella muchacha tracia que se reía del ensimismado astrónomo que rendido a la idea tropezaba con la realidad, nosotros desde la medianía chocamos contra la risa y el llanto sin saber en qué lugar debemos posicionarnos para sobrellevar la mirada de los astros, el irreversible paso del tiempo que en ocasiones nos hace olvidar lo fundamental, que aquel instante eterno debe ser sentido.
Cada mujer en esta historia va a realizar un viaje sentimental afrontando las variaciones que impone la realidad, las otras vidas, las maneras de afrontar cada cual su circunstancia, su mendicidad sentimental. En ellas y en sus flores la memoria y la realidad se bifurca en relatos siempre incompletos, en personalidades cambiantes, en marchitos pétalos que como toda historia es presa de la caducidad, de la propia temporalidad que posibilita el renacer, el ajuste, la infancia de la vejez, la paradoja de las paradojas.
Quizá desee ver algo más en una simple historia de flores, de sentimiento, natural. Pero cuando un film te permite viajar más allá de su universo el espectador agradece la apertura que renace en su imaginación.
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