martes, 14 de febrero de 2017

Elle. Paul Verhoeven. 2016.




La sensibilidad ante el mal no es la misma para diferentes personas pues su percepción misma escapa en diferentes emociones con las que los humanos nos desenvolvemos de distinta forma. El miedo y el peligro se forman en el mismo receptáculo corporal pero su intensidad y recepción varían por cada contexto, con cada biografía. Mostrar la humanidad del mal, como la banalidad arendtiana, requiere de un personaje tan diferentemente humano como propiamente social. Calibrar hasta donde es lícito atacar y señalar el mal no sólo depende de normas morales y sociales y, sin embargo, parecen nuestras únicas guías para creer que hacemos el bien.

Verhoeven se sirve de una espléndida Isabelle Huppert para feminizar, de modo quizá algo estereotipado por aquello del mal y la mujer, una historia que mezcla drama y crítica familiar con una personalidad donde vamos a encontrar suspense junto a una biografía que aplasta marcando un ser ávido de un deseo siempre insatisfecho, tal y como marca la onda que maneja la sociedad occidental actual.

En el cine actual tomar partido es casi un delito y aquí el director sabe tocar conciencias dejándonos un personaje al que no se sabe muy bien como enmarcar pues el odio que puede desprender en ciertos momentos se convierte en dulzura y severa reflexión en otros. La deriva familiar que puede servir de excusa puede ser interpretada como un hecho más dentro de la cuasi natural violencia que acaece alrededor, en medios y ficción, en política y en la propia jurisdicción. Y puede que sea la propia idea de familia aquella que perturba a las personas porque como narra Paul el mal puede estar ahí para ser interpretado.

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