El director húngaro ya había cosechado éxitos comerciales y artísticos dos años atrás con títulos como Marcelino pan y vino y Tarde de toros y en esta obra se sirve del relato de un compatriota suyo para firmar esta gran obra maestra del llamado neorrealismo español. Obra que no obtuvo tanto éxito comercial como las anteriores, ganando incluso el premio del público en la Berlinale, pero que con el tiempo muestra el repertorio de maestría de un director de un estilo fácil en apariencia pero con una sensibilidad que despierta más de una conciencia.
El film muestra a la perfección la miseria humana de posguerra en un Madrid, ya de señoritos, donde la única fama es posible dentro de un ruedo pues en la humildad de la miseria sólo cabe ganarse los duros para el día y poder llenar el estómago. La picaresca española es un hecho que nuestra literatura ha recogido magistralmente y en la que beben todas estas historias que muestran la miseria moral de una sociedad siempre por debajo de los acontecimientos. de unos personajes atravesados todavía más abajo de unos hechos siempre injustos para los nacidos en ciertas otras circunstancias. Y el cine igualmente recoge esta especie de idiosincrasia patria para mostrarnos el rostro de un pueblo y unos moradores tan grandes como menguados.
La charlotada a la que es impelido el protagonista se convierte no sólo en la irónica crítica social que subyace todo el film si no que es trasunto del panorama generalizado de una sociedad ya ávida de todas aquellas sensaciones cortadas por la lucha fratricida y sus largas consecuencias. Volver a la plaza invita a soñar para despertar en el mismo amanecer de una plaza llena de colillas, pero soñando.
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