martes, 21 de febrero de 2017

Tarde para la ira. Raúl Arévalo. 2016.




Excelente opera prima de un tocayo que ha sabido dotar a la venganza de su irracionalidad para convertirla en aquello que puede provocar un reencuentro, una salida, pues como casi todo en la vida depende del ojo con que se mira el vaso medio lleno, vacío, o acaso sin recipiente. 

Una historia negra donde la disolución del bien y del mal descansa en unos personajes donde el tiempo ha hecho estragos pues el cambio afecta a su manera a cada cual. Los hay que no pueden pasar página y los que se apuntan a toda moda, como el término medio, pero cromos es implacable ante una vida humana imposible de anticipar. La violencia es un hecho del ser humano, o no, depende de la categoría que le demos a ese "hecho", como la mirada hacia el vaso, pero aquí nuevamente se convierte en cierta categoría temporal donde es tan aplacada como subsumida en ese ansia de venganza que hace que unos salgan de la vida y otros entren. Ver cómo un atributo humano puede controlar las vidas de las personas es otro hecho bruto con el que no nos acostumbramos pero que sin quererlo mueven la vida dentro de ese cambio que va de la serenidad al ajetreo tanto de un cambio como de la inmovilidad ante él.

Pero como es natural éste último no es realmente el único atributo que moldea las vidas y circunstancias de las personas y en la cinta encontramos un amor que atrae y repele cual polo magnético, pues no va a ser el sentimiento amoroso menos ante esta multipolaridad de lo conceptual, de la vida y de la manera en que nos tomamos las cosas. El amor puede ser condena tanto como salvación, tortura tanto como benigna pasión y sólo adentrándose en la acción podremos comprobar hasta dónde podemos llegar, los límites de nuestro amor o nuestra ira.



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