Dejar un legado en esta vida requiere una gran dosis de fortuna pues uno puede planear con las mejores intenciones su guía vital, puede tener una gran idea y luchar honesta y confiadamente por ella, sin embargo la ignorancia de cualquier detalle no computado, desconocido e invisible a la hora de la inicial formulación puede acabar destronando nuestro ideal y convertirlo en una gran decepción. Siempre vamos hacia ese fin, a esa idealización romántica de la vida, buscando el orden sintomático que nos circunscribe, pero en el mundo de los hombres no todo es razón, equilibrio, disposición, y menos aún con ese instrumento hijo de la cultura al que llamamos arma que despóticamente amedranta y asesina a las órdenes de la misma ignorancia que imposibilita la llegada al puerto deseado, al ideal predefinido y por el que actuamos.
Cinematográficamente hablando no es que estemos ante una muy buena película, el guión descuida aspectos generales obvios pero a su vez también ofrece momentos de gran acierto, con giros y sorpresas muy por encima de los recuerdos utilizados. Los personajes están bastante bien tratados y se deja mucho al sabio entendimiento del espectador que debe desgranar en su cabeza las numerosas tropelías que cometen los hombres armados, sin distinción. Por ello resulta imprenscinble ver una obra en la cual realidades contrapuestas y escondidas se enfrentan descubriendo que sólo hay una realidad, la propia y constantemente debe ser reinterpretada. Todos somos hijos de la ignorancia porque conocer la totalidad se nos escapa, se nos difumina en nuestra vista petrea ante el objetivo.
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