martes, 12 de octubre de 2010

Mifune (Mifunes sidste sang). Søren Kragh-Jacobsen. 1999.


Ateniéndose al manifiesto al cual representa parece ser una buena película, con una gran dosis interpretativa y un guión bastante amplio en el que conjugan diversos aspectos humanos, emocionales. No obstante, desde el prisma de una gran obra de arte deja bastante que desear, pues hay momentos demasiado forzados, no sólo esa salida hacia la infantil y provinciana vida pasada, ni esa llegada histérica de una esposa engañada, pues se echa de menos cierta profundidad en los personajes caracterizados por los tópicos de lo representado así como esa mirada meramente visual atenta a lo simbólico y artístico que refleja el buen cine.
Sin embargo, estamos ante lo que yo considero un gran film, por esa variedad temática de rica actualidad y tan arraigada en lo humano, en historias de seres normales que buscan refugio como drásticamente pueden en los semejantes, por ese juego natural que ofrece este movimiento en particular y el cine en general, por esas grandes interpretaciones (la de Rud es de lo mejor que he visto), por ese guión que aunque, impreciso, no está contaminado por la lógica de la industria y realza ese clima nada artificioso al que alude la cruda realidad. Y es que hay que ser igual de fuerte y valeroso que un samurai para enfrentarse con la vida, con el pasado, con la soledad y con la propia verdad, de ahí que Mifune nos enseñe y regale algo.

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