El más artesano, el más implicado en la belleza, en la verdad, en la unidad que confiere todo arte también es capaz de experimentar un dilema moral como resultado de comprender que no hay nada que perder, que la situación ya es límite, ¿o quizás no fuera tan definitivo?. Wenders fabrica un film de género sin las etiquetas características de todo género pues bucea y rastrea en diferentes modelos cinematográficos para mostrar el dilema y la voluntad de un personaje (gran Ganz) que parece destinado al bien, a la resignación, pero que un mensaje, un probable diagnóstico, una duda torna esa capacidad en acción, en la búsqueda de esa garantía que al principio parecía imposible.
El artesano Wenders narra con la cámara las escenas más negras, manteniendo un suspense y una dramatización poderosas. La atmósfera de los lugares es la idónea, una mezcla de axfisia y libertad que a veces aprisiona al personaje y otras lo libera, lo exculpa de pretender querer lo que otro, el amigo americano, profesa, revela. La ciudad, tiene vida doble, la apertura de la plaza, de la calle vacía, en descomposición, y la zona subterránea, el metro y el tunel, ese imaginario humano que es el laberinto de las relaciones, el territorio al que se ve abocado el ser humano ante el edvenimiento y consolidación de las nuevas relaciones que lo desacreditado abre.
Sin embargo en el guión hay cosas que quedan cojas, descolgadas, ese maestro pintor (mi adorado Ray) ese gánster (Fuller) e incluso el propio americano. El simbolismo de esos personajes no me basta, pues en el guión tienen una configuración que anticipa algo más que el dejarlos a la interpretación del espectador. Aun así, la película es una gran obra que indaga en diferentes ámbitos, desde la estética, propia del film y la interna hasta la ética con el dilema de los personajes, sus acciones y formas de vida así como por la respuesta ética que propone la apertura de estos personajes no cerrados.
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