lunes, 19 de noviembre de 2012

La regla del juego (La règle du jeu). Jean Renoir. 1939.

 
 
¿Por qué la regla en singular en un film muy plural, lleno de juegos y personajes, de situaciones y complicidades? Esa es la pregunta básica que me permite pensar sobre lo visto, sobre esta especie de vodevil, de pantomima que sin embargo tanto y tanto dice. Observamos una pléyade de normas, de reglas, de juegos, de desvarios, y ninguna responsabilidad, ninguna acción que denote la cara oculta de la libertad, de esa solidaridad que acarrea un vivir sin imposiciones. La regla ha sido asaltada por una falta de sentido común, de perspectiva, de buen vivir aceptando algún límite.
 
Renoir, el maestro, no parece contar demasiado, se instala en una simpleza estilística que no necesita de mayor artificio que el que proveen los personajes con sus libertinos enredos, con sus obsesiones altas o bajas, laboriosas u ociosas pero que determinan en si el fondo de la cuestión, el paisaje dramático que nos transmite el buen hacer de un director. Además, lo sencillo se torna complejo con las situaciones planteadas, esa escena de caza aristocrática, esa cacería popular desde la cocina a los entresijos de los amos, de los señores que ensimismados en su mundo, en su individualidad no aciertan a ver más allá de su propia desgracia. Todos sabemos cómo acabó la sociedad descrita, por ello la aparente simplicidad torna hoy en profunda toma de conciencia. Quizá por eso hoy guste más que en el momento de su estreno.
 
Cinta imprescindible, de culto y pasión, pura pedagogía cinematográfica relatando una historía compleja, relatando a cada personaje con un detalle digno de elogio. Con un guión muy bien trabajado, cerrando cada situación, donde cada personaje tiene su medida, su cambio, su cierre, su historia. Una tragicomedia de personajes que enseña tanto de la vida, de cualquier época, pues la regla del juego sigue ahí, en su infinita conquista sin desvelar, aprisionada por la multiplicidad de juegos que las sociedades y culturas exponen.

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